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domingo, 13 de abril de 2008

Al lector

El pecado, el error, la idiotez, la avaricia,
nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan,
y a los remordimientos amables engordamos
igual que a sus parásitos los pordioseros nutren.

Nuesto pecar es terco, la condición cobarde;
cómodamente hacemos pagar la confesión,
y volvemos alegres al camino enfangado
pensando que un vil llanto lave todas las faltas.

En la almoada del mal es Satán Trismegisto
quien largamnete mece nuestro hechizado espíritu,
y el pecado mental de nuestra voluntad
ese sabio alquimista por completo evapora.

¡El diablo los hilos que nos mueven sujeta!
Encontramos encantos en cosas repugnantes;
hacia el infierno damos un paso cada día,
sin honor, a través de las tinieblas que hieden.

Igual que un libertino pobre besa y como
el pecho torturado de una antigua ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos con fuerza cual a vieja naranja.

Preso y hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios nos bulle en el cerebro,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el estupro, el puñal, el veneno, el incendio,
nos bordaron aun con sus gratos dibujos
el bañal cañamazo de nuestra suerte mísera,
es que nuestra alma, ¡ay!, no es lo bastante osada.

Pero entre los chacales, las panteras, los linces,
los simios, las serpientes, los buitres y escorpiones,
los monstruos aulladores, gritadores, ramplantes,
en el infame zoo de nuestras corrupcines,

¡hay uno más malvado, más inmundo, más feo!,
aunque no gesticule, ni lance grandes gritos,
gustosamente haría de la tierra un desecho
y dentro de un bostezo al mundo engulliría.

¡Es el Hastío!- el ojo lleno de involuntario
llanto, sueña caldoso, mientras fuma su pipa.
Lector, tú ya conoces a ese montruo esquisito,
¡Mi semejante, - hipócrita lector, - hermano mío!

Charles Baudelaire. Introducción a su obra: "Las flores del mal".

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